miércoles, 16 de marzo de 2011

Nada

¿Qué pasa sí ya no queda nada?
La vieja calle oscura hoy está tan iluminada
Los pinos que la ladeaban fueron cortados
El campo de enfrente está lleno de casas
Las paredes gastadas hoy están bien pintadas.
Sí la cama de dos plazas hoy quedó vacía
¿De que sirve soñar si se vencieron los sueños?

lunes, 14 de marzo de 2011

Cuento I

Siempre me gustó. Nunca me puse a pensar porque. Quizás me atraían sus ojos. Tenía una forma muy singular de ver las cosas. Siempre con una crítica destructiva que me arrancaba risas.
Ese amanecer no era diferente. Le gustaba fumar. Yo nunca fumé, salvo un breve período de mi adolescencia cuando quería llamar la atención el cual no duró mucho porque no soportaba el ardor en la garganta, pero no me molestaba que fumara frente a mi.
Yo veía con nostalgia como el frío de la noche crecía sobre las paredes. El humo azulado del cigarro volaba entrelazándose sobre sí mismo. Me acordé de la noche que acababa de no terminar.
Yo seguía con un temblor que surgía del centro de mi cuerpo. Aún así estaba tranquilo. Estaba en paz. Era como sí el tiempo no pasara, o al menos pasaba lento.
Cada vez que se movía se me erizaba la piel. Sentía ansiedad y a la vez miedo de que se levantara para irse. Ambos sabíamos que en algún momento cada cual tomaría su camino. Fue entonces cuando me di cuenta que desde hacia horas ninguno decía nada. Fue un silencio extraño, nunca sentí incomodidad. Fue como si no existiera. Era como un pacto de complicidad. Ninguno estaba atado a ningún sentimiento. Eso creí, hasta admití que desde que la vi por primera vez en el patio del liceo hace varios años me gustaba. En mi no había cambiado nada, al menos por dentro. Nunca sentí cariño por ella, quizás porque nunca estuve cerca. Ella no era de mi especie, o mejor dicho , yo no era de la suya. Siempre fui tranquilo, demasiado tranquilo. Jamás tendría que haberme cruzado con ella, no tenía sentido que pasara eso. Pero pasó. Estaba tranquila. Fue ahí que caí en la cuenta de que nunca me la había imaginado así. A mi lado. En paz. Me sentí extraño, estúpido para ser más preciso. Pero a la vez me sentí un caballero. Deduje entonces que los caballeros son unos estúpidos.
No me atrevo a decir que la sentí mía porque ella nunca será de nadie, o al menos tengo esa esperanza. Sólo la veía ahí, la sentía. Pero no quería hacer nada porque no quería molestarla, ni molestarme. Era todo perfecto. No creo que ella pensara lo mismo.
La luz de las lamparas caía sobre su cara en penumbras a pesar de los obstáculos. Creo que mi alma se resignó en ese momento. Entonces se levantó. Prendió otro cigarro, lo fumó por un rato mientras no me miraba. Yo tenía mi mirada demasiado perdida para cruzarla con la suya. Entonces se fue. Espero volver a encontrarla alguna vez, tal vez en un lugar que no sean mis sueños.