lunes, 26 de marzo de 2012

Nada III

Y ahora y no habrá vuelta atrás.
Mi corazón dejó de latir, como cuando uno se asusta, el problema que ese susto duró mucho tiempo.
Recuerdo aquella primera vez que te vi y no aguanté la mirada, así como un niño tímido que veía a la niña que le gustaba, así fue.
Fueron varías noches entre el frío y el apuro, te veía a cuentagotas, pero para mi bastaba.
Recuerdo la noche que te animaste a llevarme a tu casa; que largo fue el camino, al principio iba tranquilo y después me entraron los nervios. Fue divino.
Pensar que ese mismo camino lo hice mil veces, llegando con las ansias de terminar con la abstinencia de verte o yéndome con las misma ansias recargadas hasta que te volviera a ver.
Y ese camino fue cambiando, lo hice con sol, lo hice con luna, lo hice con lluvia y lo hice con viento, lo hice con frío y con el suelo hirviendo. Pero nunca me voy a arrepentir de haberlo hecho tantas veces.
Luego de caminar por la larga avenida, rumbo al río, donde a veces en invierno se hacía mas y mas frío, o se llenaba de niebla, llegaba a una calle que parecía oscura a pesar de estar llena de luces. Caminaba, mis pies hacían un leve rechinido al pisar el balastro suelto, mientras la brisa mas leve hacia sollozar los pinos, en la esquina había una casita, un ranchito blanco como vos decías. ¡Si esas paredes hablaran!
Encontré una pareja de edad avanzada, al final terminé consiguiendo otros abuelos.
Y el tiempo pasó, ese camino que tantas veces hice fue cambiando; se apagaron las luces, los pinos se fueron, el campo de enfrente fue construido.
Aunque hoy tenga prohibido volver ahí, aunque hoy no sea bienvenido, se que dejé un pedazo de mi alma ahí, por eso siempre voy a tener el ranchito blanco en una esquina en mi corazón.